Monstruos por generación espontánea

Siempre han circulado leyendas en torno a la laguna, algunas de ellas bastante perturbadoras. La de «la Sirena» siempre ha sido mi favorita, su habilidad teriantrópica para engañar a las personas y poseerlas, me hizo mantenerme más alerta, desconfiar de las personas y concluir que mi maestra Ema no era humano. Al principio creímos que era otra leyenda, pero el rumor cobró fuerza y pronto sobrevino una frenética oleada de avistamientos y de severas advertencias. – Mire señora M. no permita que sus hijos se acerquen a la plancha porque hay animales en el agua «de esos que no son buenos», ya mi hijo los vio y por Cristo Resucitado que no es el mismo desde ese día, está enfermo de espanto y ni siquiera las limpias con ruda, pasilla y huevo funcionan.

En la escuela era tema de conversación. Los niños que vivían cerca de la laguna hablaban de dinosaurios con enormes dientes y cuerpos bañados en sangre, resultado de las batallas que libraban con vacas y caballos, que incautos, se acercaban a beber agua. Pero lejos de asustarnos, todo esto era una invitación para ir al encuentro de esos extraños seres y resolver el misterio de una vez por todas. Era claro que mamá no autorizaría la excursión, pero afortunadamente mi hermano y yo estábamos encargados de recoger la leche en un establo al otro lado del pueblo, a un par de kilómetros de la laguna. – De seguro que el primo José Luis ya los vio, él lleva sus vacas a pastar a «la plancha» y además, los fines de semana va por tule al otro lado de la laguna. – Seguramente -respondí- pero ya sabes que casi nunca está en su casa.

Pero contra toda predicción, ese día el primo José Luis estaba en su casa y nos confirmó el sitio exacto donde la gente decía haberlos visto. Era en la zona pantanosa del extremo oriente, famosa por los hongos San Isidro que aparecían todos los veranos y que congregaba a un montón de hippies. – Yo la verdad es que no los he visto -dijo José Luis- pero mi Padrino Chon hasta les lleva de comer, dice que son remansitos. Embelesados con la idea de encontrarnos con los monstruos, al día siguiente salimos de casa con dos horas de anticipación, so pretexto de que pasaríamos a la casa de Antonio allá en la Loma disque por un libro de matemáticas. Con toda cautela llegamos al sitio que nos dijo José Luis, nos instalamos sobre una gran roca al lado de un tular y empezamos a inspeccionar minuciosamente el lugar. Temblaba. El sol de la tarde reflejaba sus rayos sobre la laguna y sus destellos nos cegaban momentáneamente, el aire caliente de fines de abril se volvió pesado y sofocante, aun así, aguzamos los sentidos para no perder ningún detalle, cualquier movimiento o sonido que evidenciara la presencia de los monstruos. Estábamos absortos tratando de encontrarlos en el pantano que nunca miramos atrás. Un bramido seco y rasposo se escucho a nuestras espaldas. Se me erizó la piel. Al voltear miramos una montaña de carne que avanzaba lentamente hacia el pantano, unos metros atrás, otro, un poco más pequeño salió de entre el tule y avanzó para alcanzar a su compañero. El primero bramó nuevamente abriendo su hocico y mostrados sus enormes colmillos amarillentos. No pudimos movernos, no pudimos articular palabras, nos quedamos contemplando la escena en silencio mirando su lento avanzar hacia el lodo y sus ocasionales bramidos a la distancia. Son hipopótamos. No son monstruos, son dos enormes hipopótamos ¿los viste? son enormes.

Nadie sabía cómo había llegado allí, otros incluso no sabían de qué tipo de animales se trataba. Durante mucho tiempo circularon todo tipo de explicaciones, seres extraterrestres, humanos que fueron encantados por un hechicero, vacas con una extraña enfermedad, pero mi favorita de todas, generación espontánea del lodo. Ya le digo doña M. esas criaturas son del demonio, salieron nada más del lodo por obra del mal. Pero ya le dijimos al padrecito Élfego que vaya echarles agua bendita a ver si así vuelven a los infiernos de donde salieron. No nos enteramos el día cuando el padrecito fue a rociarlos, pero sí cuando hicieron una misa para sacar al chamuco de aquellos inocentes animalitos.

Vinieron días de alborozo. En el pueblo solo se hablaba de los hipopótamos. El equipo de fútbol local cambio su escudo, las tienditas cambiaron sus nombres, un chistosito cambió el cartel demográfico a la entrada del pueblo para indicar dos datos: 10520 habitantes y 2 hipopótamos, comenzaron a llegar excursiones desde otros pueblos para visitar a los hipopótamos, la venta de camisetas alusivas, al presidente municipal se le oyó decir que estábamos entrando a una nueva etapa de prosperidad turística e incluso rehabilitó un antiguo parque cerca de la laguna.

Pero humanos e hipopótamos son dos especies que difícilmente van a coexistir en sociedad. Los hipopótamos se cansaron de comer hierbas acuáticas y empezaron variar su menú con maíz, haba y alfalfa de las parcelas de los alrededores. Después descubrieron los invernaderos y cuando acabaron con los vegetales, entraron a los establos y graneros de los vecinos de la zona para comer la pastura del ganado. La gota de derramó el vaso fue cuando en el desfile del Día de la Revolución, los hipopótamos hicieron acto de presencia en plano centro del pueblo y asustaron a los niños que desfilaban. Aquello fue un merequetengue porque hubo desmayados y algunos lesionados por la estampida de los mismos asistentes.

– Esos animales nada mas vinieron a desgraciar al pueblo, decía don Tanque el molinero. – Ayer don Chano me dijo que se metieron a su petrolería y le tiraron un tambo, nomás imagínese doña M., Dios no lo quiera, se incendia su negocio y cunde todo el centro, yo espero que nuestro Cristo de la caña nos haga el milagro y se lleve pronto.

Y así fue. Un día desaparecieron, así como llegaron se esfumaron.

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